Aquí
estoy casi en la calle y la miseria.
Esta
ciudad fatal, Antioquía,
devoró
todo mi dinero:
esta
ciudad con su vida disoluta.
Pero
soy joven y de salud excelente.
Con
un dominio formidable del griego
(me
sé de cabo a rabo a Aristóteles, a Platón;
a
oradores, a poetas, a cualquiera por quien preguntes).
Alguna
idea tengo de asuntos militares,
y
tengo amistades con jefes de mercenarios.
Estoy
también bastante versado en la administración.
Viví
seis meses en Alejandría el año pasado;
algo
conozco (y esto es útil) lo de allí:
las
intenciones del «Malhechor», las canalladas, etcétera.
Creo
por eso estar plenamente
indicado
para servir a este país,
mi
amada patria Siria.
En
cualquier trabajo que me encomienden, me esforzaré
por
ser útil a mi tierra. Ésta es mi intención.
Mas
si otra vez me lo impiden con sus métodos—
sabemos
lo sutiles que son, qué vamos a decir,
si
me lo impiden, qué culpa tengo yo.
Primero
me dirigiré a Zabinas,
y
si en cuenta el muy imbécil no me tiene,
iré
a su rival, a Gripo.
Y
si este cretino tampoco me da empleo,
me
voy derecho a Hircano.
Siempre
me querrá alguno de los tres.
Mi
conciencia está tranquila
por
lo indiferente que me es la elección.
Igual
de perniciosos son los tres para Siria.
Mas,
qué culpa tengo yo, arruinado como estoy.
Intento,
pobre de mí, salir del apuro.
Que
se hubiesen preocupado los dioses todopoderosos
de
crear un cuarto hombre decente.
Con
él me iría gustoso.
(Poesía completa. Versión de Pedro Bádenas de la Peña).
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