El
sol unta con fósforo el frente de las casas,
y
en el cauce reseco de las calles que sueñan
deambula
un blanco espectro vestido de caballo.
Penden
de los balcones racimos de glicinas
que
agravan el aliento sepulcral de los patios
al
insinuar la duda de que acaso estén muertos
los
hombres y los niños que duermen en el suelo.
La
bondad soñolienta que trasudan las cosas
se
expresa en las pupilas de un burro que trabaja
y
en las ubres de madre de las cabras que pasan
con
un son de cencerros que, al diluirse en la tarde,
no
se sabe si aún suena o ya es sólo un recuerdo
¡Es
tan real el paisaje que parece fingido!
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